viernes, 7 de septiembre de 2018

Pixel Art: Araña

Blosky Dev

Una araña que bien podría ser un jefe de un videojuego. En 6 colores. #DPxAraña





domingo, 20 de agosto de 2017

Pixel Art: Galleta

Blosky Dev

Una pequeña galleta que hice para el desafío de esta semana. #DPxitem



lunes, 17 de julio de 2017

Pixel Art: Pato de Oro

Blosky Dev
Un pequeño pato que vale su precio en oro. Hecho en Aseprite (64x64, 6 colores)



Blosky.

sábado, 8 de julio de 2017

Pixel Art: Geisha

Blosky Dev
Este es un trabajo especial, lo hice como un primer intento de animación en pixel art:



Blosky.

jueves, 29 de junio de 2017

Pixel Art: Botella

Blosky Dev
En esta ocasión hice una botella, con un pequeño twist: es una Botella de Klein.



Blosky.

miércoles, 28 de junio de 2017

Pixel Art: Brillo Plateado

Blosky Dev



Estepas Africanas. Verano. El calor del mediodía resultaba agobiante, pero aun así la solitaria figura continuó caminando. La cantimplora llevaba medio día vacía, y lo más probable era que iba a continuar así durante varias horas más. No había tiempo para rellenarla en este momento, sobre todo ahora que estaba tan cerca de alcanzar su objetivo.

Se detuvo por un instante.

La figura levantó la vista un momento, y concentró su mirada hacia el oeste, hacia el horizonte. No parecía haber nada allí, salvo la espesura dorada de la sabana, que se extendía hasta el infinito, inmutable, mientras el viento surcaba libre muy lejos de allí. La vista se le hacía borrosa por momentos, y el sudor que se escapaba del borde del sombrero caía suavemente por su cuello, atrayendo a un grupo de moscas que buscaban algo de líquido en aquella árida explanada. Pero aún con estas molestas alimañas volando alrededor, y a pesar del calor agobiante de la estepa africana, el hombre no se movió ni un centímetro, y siguió observando. Atento. Esperando. Tarde o temprano tenía que aparecer nuevamente.

Y así lo hizo. El movimiento fue ligero y pasajero, pero aun así fue capaz de notarlo claramente. Trescientos metros más adelante, los matorrales cobraron vida por un instante. Seguía allí, pensó. Y entonces se levantó. Estaba nuevamente tras la pista de su presa, y se alegró por esta pequeña victoria. Pero aún faltaba mucho por hacer, por lo que tomó nuevamente el rifle que se encontraba en el suelo, y que ahora pesaba bastante, para continuar su camino en dirección del poniente. La cantimplora tendría que esperar una vez más.

Las horas fueron pasando, y pronto el cansancio acortó los pasos que daba el cazador de manera notoria. La mochila que llevaba, si bien había sido constantemente vaciada durante los últimos dos días, ahora pesaba más que nunca. Lo mismo ocurría con el rifle Marlin 1895 modificado, que al comienzo se sentía muy ligero, pero que ahora se resistía cual niño caprichoso, y que tenía que ser arrastrado de tanto en tanto. El hombre quería continuar avanzando, pero había escuchado minutos atrás el sonido de un arroyuelo, el cual, combinado con el dolor agudo que sentía en los pies, hicieron que se decidiera a pasar la noche en aquel lugar, nuevamente bajo la luz de miles de estrellas que hacían su aparición para hacerle compañía, mientras el sol pintaba con sus últimos rayos las escasas nubes del horizonte. De haberse encontrado en una situación diferente, el hombre hubiese admirado aquel hermoso paisaje. Pero en estos momentos lo que más le importaba era recuperar las fuerzas, para no volver a perder el rastro de su presa.

Dejó el resto de sus cosas apoyadas en un arbusto seco, y pronto encontró el arroyuelo. Mientras la cantimplora se llenaba el cazador meditaba en lo que había logrado el día de hoy, y en lo que le faltaba lograr el día de mañana. Al momento de incorporarse, un dolor agudo en la espalda baja le indicó que ya no era tan joven como antes, y que debía tomarse las cosas con más calma. Pero él decidió ignorar esta advertencia. Recordó su primera cacería, hacía más de dos décadas, y se lamentó de no ser capaz de cubrir ni la mitad de la distancia que hubiera podido cubrir en aquel entonces.

Volvió pensativo hacia el improvisado campamento, y a pesar de encontrarse muy cansado y sin apetito, encendió diligentemente la fogata, utilizando las ramas secas del arbusto, y tomó las precauciones necesarias para que ésta durase hasta el amanecer. Luego se fue a dormir, abrazado del rifle, como era su costumbre. Pronto el sonido de los insectos nocturnos fue lo único que se escuchaba alrededor, y el cansado hombre pudo al fin conciliar el sueño.



¡Crac!

La explosión de una de las ramas hizo un ruido bastante fuerte, que despertó de golpe al hombre de ojos azules y tez clara. Miró a ambos lados, y lo único que distinguió en la oscuridad fue el amarillo de las llamas, que aún ardían en medio de la noche, en medio de la nada. Consultó cansado su reloj, el cual corroboró el hecho de que sólo había dormido algo más de una hora. Pero lo que sucedió a continuación, hizo que se terminara de despertar por completo. Vio un par de ojos grises y brillantes que le escudriñaban al otro lado de las llamas. Y muchas rayas negras que contrastaban con un pelaje blanquecino. Él estaba allí, observándolo.

En todos sus años de cazador, era la primera vez que le pasaba algo así. Todas las otras bestias que formaban parte de su colección nunca osaron cometer el semejante atrevimiento de acercarse tanto a su fogata, y menos de observarle mientras él dormía. El cazador se había quedado sin aliento, y parpadeó un par de veces, pero la imagen no cambió en lo absoluto. El tigre se hallaba a menos de ocho metros, y no parecía asustado en lo más mínimo. De hecho, parecía que se sus sentidos se agudizaban a cada momento. Las llamas seguían bailando, y mientras bailaban, le dieron tiempo al hombre para prepararse mentalmente.

El rifle no había sido utilizado hasta este momento, pero el cazador sabía que le proveía de hasta seis oportunidades para salir vivo. El sudor y las moscas que todavía sobrevolaban a su alrededor le indicaban de que esto no era un sueño. La adrenalina que en estos momentos recorría su cuerpo le hizo olvidar el cansancio, y lo preparó para los próximos minutos. Su sombrero yacía unos metros más allá, al igual que su mochila con el resto de la munición, pero lo más importante -el rifle- se encontraba con él ahora mismo, y eso lo reconfortaba más que nada en este momento. Instintivamente, comenzó a recordar los conceptos más importantes de la cacería, y a evaluar los puntos vitales de su presa. No había margen para el error, y su mente corría a mil por hora mientras comenzaba lentamente a incorporarse.

Tanto el cazador como la presa se encontraban en una especie de trance, calculando, esperando a que el otro haga el primer movimiento. No supo cuándo, pero de repente Jules Montag se encontraba ya de rodillas y con el arma sirviéndole de apoyo. El tigre se había acercado un par de metros más, y ahora su silueta se mezclaba con las llamas, profiriéndole una intensa aura de majestuosidad, pero también de fiereza, lista para ser desencadenada. En un abrir y cerrar de ojos, pudo distinguir los blancos colmillos, y la sed de sangre en aquellos ojos grisáceos, fantasmales. Levantó firme y lentamente el rifle. Apuntó. Y esperó.

¡Crac!

La segunda explosión se oyó clara y fuerte, y de pronto, el mundo se detuvo por un instante para ambos. El tigre gruñió, corrió y saltó por encima del fuego, al tiempo en que el cazador levantaba el rifle dispuesto a asestar un disparo definitivo. No tuvo tiempo de ajustar la mira. La bala surgió con un gran estruendo, y golpeó al animal por encima del hombro, tan sólo rozándole la piel, al tiempo en que éste descendía para dar el primer zarpazo. La sorpresa y el ruido hicieron que el tigre fallara el golpe, y la fuerza del disparo ocasionó que Jules perdiera el equilibrio, forzándole a poner la mano izquierda en el suelo para no caerse. El hombre logró quitar justo a tiempo la pierna derecha del camino del animal, que cayó a un costado, pesado, sobre su improvisada almohada.

Jules casi no tuvo tiempo para incorporarse nuevamente, ya que el tigre lanzó su segundo ataque antes de que él pudiera recuperarse por completo. Por suerte, el primer tiro hizo que la velocidad del tigre fuera menor esta vez, y el segundo zarpazo tan solo lo golpeó en el pie derecho, a la altura de la bota, sin siquiera desequilibrarlo. Mientras recargaba, Jules alcanzó a ver el blanco de los colmillos, y nada más, antes de que el tigre se abalanzara hacia él en un abrir y cerrar de ojos.

¡Bang!

El segundo disparo fue más efectivo que el primero, ya que impactó en un costado del animal, justo cuando caía para asestar el tercer y cuarto zarpazo en su presa. El dolor invadió repentinamente al felino, quien retrocedió un par de pasos al tiempo en que profería un rugido ensordecedor. El olor a sangre llenó de repente el lugar, e incluso Jules pudo olerla en ese momento. Su mente le decía que recargara de nuevo el arma, pero sus músculos no le respondieron en ese instante, dándole tiempo al animal para recuperarse un poco. La bestia de 250 kilos le volvió a rugir, y se lanzó al ataque al tiempo que el cazador finalmente lograba preparar el arma para el próximo disparo.

¡Bang!

Pero esta vez la bestia fue más rápida. Logró esquivar el tiro y conectó la garra con el hombro izquierdo de Jules. El delgado traje de tela que llevaba no ofreció resistencia alguna, y se hizo jirones al tiempo de que la carne se desgarraba en tres líneas paralelas, a la altura del bíceps, justo en el tatuaje que llevaba desde hacía veinte años, cuando comenzó a cazar. El dolor fue punzante e inmediato, e hizo que Jules trastabillara y rodara en dirección contraria, soltando el rifle que cayó al suelo con un ruido sordo, y perdiéndose inmediatamente de su vista.

El tigre vio cómo el arma humeante caía al suelo, y arremetió aún con más fuerza contra el cazador, el cual trataba de incorporarse desesperadamente al tiempo que tomaba algo de su bota. La bestia se interpuso entre él y el arma de fuego, esperando acabar con su presa con el siguiente golpe. La herida que llevaba en un costado sangraba profusamente, por lo que estaba más alerta que nunca. Se abalanzó dispuesto a morderle en el cuello, pero al mismo tiempo en que lo hacía percibió un nuevo olor metálico emanando de algún lado. El cazador esperó, y en un movimiento rápido, logró asestarle un golpe con el cuchillo en una de sus patas, provocando un nuevo rugido, y ganando el tiempo suficiente para ponerse de pie nuevamente.

La bestia examinó confundida su pata derecha, y eso le dio un par de segundos a Jules, quien la rodeó rápidamente en un intento de acercarse al rifle. El arma, cuyo brillo plateado reflejaba cual espejo las llamas de la fogata del campamento, le invitaba calurosamente a tomarla entre sus brazos, y a usarla una vez más.

Jules aún tenía el cuchillo en la mano derecha, pero era necesario dejarlo para poder tomar el rifle, ya que su brazo izquierdo estaba casi inutilizado por el dolor. Contempló la herida por unos momentos, y la sangre que brotaba a través de las líneas azules del tatuaje le indicó que el daño era mayor al que había supuesto inicialmente. Sin embargo, mientras hacía esto último perdió valiosos segundos que el tigre aprovechó para ganar terreno, y pudo acercarse lo suficiente para asestarle un nuevo golpe. El cazador salió de su trance instantáneamente.

Ambos, Jules y la bestia lanzaron su siguiente golpe al mismo tiempo. El cazador, falto de fuerzas, no pudo darle en ningún lado, pero el tigre logró conectar el zarpazo en el mismo brazo que había golpeado antes. La fuerza de este golpe fue mayor a la del primero, y Jules fue a dar al suelo, soltando el cuchillo al tiempo que gritaba de dolor. Se puso inmediatamente de costado para proteger sus puntos vitales, y pronto sintió un arañazo en la espalda que desgarró la tela, la piel, la grasa y el músculo, todo sin esfuerzo. El dolor y el calor se extendieron por su cuerpo, y una nueva ola de adrenalina hizo que el hombre de 82 kilos rodara alejándose de aquel peligro mortal. Esta vez tuvo suerte, al moverse esquivó por muy poco un nuevo ataque que iba dirigido hacia sus piernas.

Jules terminó de rodar, y abrió los ojos para ver donde se encontraba el tigre. Éste ya se acercaba peligrosamente, y tan sólo pudo atinar a ponerse de cuatro patas al tiempo que olía las fétidas bocanadas del animalote. Sin más armas que su brazo derecho, se preparó mentalmente una vez más para correr hacia su única esperanza: el rifle Marlin, que yacía abandonado unos cinco metros hacia su izquierda. Esperó ansioso hasta que el animal se acercara lo suficiente,  le echó tierra a los ojos, y a continuación dio un alarido que confundió al animal lo suficiente para poder ganar un poco de distancia. Jules aprovechó este instante para salir como una flecha hacia el arma, la cogió con ambas manos mientras hacía un movimiento de barrido con los pies, y la recargó accionando el mecanismo de palanca mientras trataba (sin poder lograrlo) de ignorar el dolor punzante de su brazo izquierdo. Fue capaz de sostenerla quieta por un par de segundos mientras el tigre se abalanzaba peligrosamente sobre él. Esta vez no podía darse el lujo de fallar...

¡Bang!

La bala calibre 45 de punta hueca salió justo a tiempo, e impactó en la cabeza del animal, destrozando parte del cerebro, el ojo derecho, y parte de la boca también. El tigre cayó inmediatamente sin vida frente a Jules, y desde su posición el hombre pudo ver claramente los colmillos de siete centímetros, que se asomaban aún hediondos y amenazantes frente a él. Tras varios segundos de aturdimiento en los que el cazador no pudo pensar nada, el dolor de su brazo lo hizo volver nuevamente a la realidad. Una realidad en la que había sobrevivido. Se incorporó poco a poco mientras observaba el cuerpo del tigre, que había cesado de respirar por completo. Recargó el arma nuevamente, y se aseguró de asestarle dos nuevos disparos a la altura del corazón con las balas especiales restantes. La presa finalmente había sido cazada.

Jules volvió trabajosamente al campamento, e inmediatamente buscó en su mochila con la única mano disponible, dejando el arma ya vacía en el suelo. Tras unos instantes, encontró lo que buscaba, y encendió como pudo el aparato. Se sentó en el suelo, y apretó un par de botones. El dispositivo emitió un brillo azulado al tiempo en que unas letras que rezaban “Sin Video” se proyectaban en el aire.

-¿Hola, Peter? Soy yo, antes de nada cállate y escucha: Está hecho, hemos terminado aquí... Dile a John que traiga el helicóptero de inmediato, ya tienes las coordenadas. Ah, y dile a Mary que su nuevo experimento ha sido todo un éxito, incluso a mí me ha parecido sobresaliente. En poco tiempo podremos ponerlo a disposición de nuestros clientes. Tan sólo quiero hablar con ella acerca de la I.A. y los parámetros del miedo al fuego, sabes. Esas cosas no hay que pasarlas por alto. Casi hubo un accidente aquí, ya te lo contaré cuando llegues. Ah y trae una unidad de emergencias, con el módulo quirúrgico. Eso es todo. Adiós.

Jules terminó la comunicación antes de oír las réplicas al otro lado de la línea, y lanzó un suspiro al tiempo que sentía nuevamente el dolor punzante en su brazo. Las heridas eran bastante profundas, y no habían dejado de sangrar en todo este tiempo. Decidió aplicarse un torniquete, ya que el helicóptero tardaría al menos un par de horas más en ir a buscarle. Mientras buscaba en su bolsa algo de tela para usar como nudo, escuchó el zumbido de un nuevo mosquerío que se daba cita y se arremolinaba en el festín recién inaugurado unos metros más allá.

Era una lástima, pensaba el hombre. Aquel gran espécimen no podría ser exhibido en su sala de estar ni en su sala de trofeos, ni junto con las cabezas de otras especies que había matado en todo este tiempo (ni las antiguas ni las nuevas). Este ejemplar nuevo, se dijo, se había arruinado por completo. Su cabeza no estaba intacta, por lo que era impresentable. Una pérdida total. Qué lástima.

El veterano cazador levantó la cansada mirada hacia el cadáver del felino que yacía de costado, con el cerebro ahora expuesto, y pudo distinguir por unos breves momento el mismo brillo plateado y el reflejo de las llamas de la fogata que había visto antes esa misma noche. Suspiró nuevamente, y volvió su atención hacia sus heridas. Lo que más le dolía, no eran los cortes que había arruinado su tatuaje, ni el inminente sermón de John, que se aproximaba al igual que la salida del sol, en unas cuantas horas más. Esas eran preocupaciones secundarias. Lo que más le dolía era ver aquel ojo gris que aún brillaba en la oscuridad, al otro lado del claro. Aquel ojo plateado brillante al que le faltaba su par, y que aun así, le miraba fijamente.

Impresentable. Era una verdadera lástima.

lunes, 26 de junio de 2017

Pixel Art: Moon Wolves

Blosky Dev
Un diseño curioso que me llamó la atención, traté de usar pocos colores.





Blosky.